PENULTIMO CAPITULO
DECIR ADIOS
(Despacho del alcalde Emilio. H 17:30)
Emilio echó un par de
dedos de su mejor whisky en un vaso sin hielo con intención de ofrecérselo al
señor Smitz que se mantenía de pie junto a la puerta. John negó con la cabeza y Emilio se apropió
del refrigerio.
Con él en la mano se
dirigió a su mesa y tomó asiento en su sillón. Dió un trago y se quedó mirando
al suelo, cabizbajo y pensativo, después preguntó a Jhon Smitz
-¿Está seguro de que
vendrá?
-Hable con él esta
mañana, me dijo que vendría sobre esta hora acompañado de la señorita Nai, con
intención de entregar las renuncias a sus respectivos puestos.
Emilio volvió a dar un sorbo de su magnífico whisky y de
nuevo se quedó mirando al suelo mientras decía
-Si no dan marcha
atrás en sus intenciones, este pueblo perderá dos pilares importantes.
-Y dos buenos amigos,
querido alcalde…y dos buenos amigos.- Replico Smitz
La conversación que
mantenían los dos hombres quedó interrumpida al escucharse unos golpes en la
puerta.
Emilio alzó entonces la cabeza para mirar a los ojos de
Smitz como esperando una confirmación. Este asintió con la cabeza y entonces el
alcalde dió paso alzando la voz.
-Adelante!!!..Pase.
El Doctor Martin y la señorita Nai entraron en el despacho y Martin se sorprendió de ver
allí a su amigo Smitz
-¿Usted aquí John?
-Sabía que vendrían.
Así como sus intenciones de abandonar el pueblo mañana tarde. Me espera un día
muy liado y no quería perder la
oportunidad de despedirme.
Dicho esto Smitz extendió su mano para estrechársela a
Martin al tiempo que continuaba diciendo
-Le echaremos de
menos Martin. Las tertulias no serán lo mismo sin usted.
-Lo mismo digo,
querido amigo, lo mismo digo. Gracias por todo John – respondió el joven-
Después Smitz
estrechó también la mano de la maestra
-Señorita Nai, ha sido un placer conocerla.
-El placer ha sido
mío – respondió la maestra -, usted y su esposa se han portado muy bien con
nosotros.
-Bueno.-dijo Martin, a quien no le gustaban las despedidas.-
Será mejor acabar de una vez.
Nai y Martin se acercaron a la mesa del alcalde quien se
levantó para recibirlos.
Una vez allí, ambos, sacaron los escritos que
entregaron a Emilio.
Eran las renuncias de sus puestos.
Emilio las tomó una en cada mano, comprobó que los nombres
de las firmas eran correctos y después miró a los ojos de ambos.
-Saben que yo no
apruebo esto ¿verdad?
-Lo sabemos.-
contestó Martin.- Pero es la única salida.
Emilio dejó las renuncias sobre la mesa, dió la vuelta a
esta y se colocó frente a ellos.
Extendió la mano a la señorita Nai y dijo.
-Ha sido un placer
tenerla aquí señorita Nai. Siento que tengan que irse de esta manera.
-Gracias Emilio – contestó la maestra-
Después se dirigió a
Martin
-Doctor… Espero que
algún día vuelvan a visitarnos.
-Descuide, lo
haremos. Hemos hecho buenos amigos aquí. Seguro que vendremos.
Acabadas las
despedidas, el médico dio por finalizada la visita al alcalde.
-Bueno, será mejor
que nos vayamos. Todavía nos quedan maletas por hacer.
Y dicho esto se dirigieron a la salida con intención de
marcharse.
Smitz, que permanecía de pie junto a la puerta, les abrió para que
salieran.
Pero cuando apenas habían pasado el umbral, Smitz preguntó
-Por curiosidad…
Martin…. ¿Qué autobús cogerán mañana?
-El de las 18:00. El
que para en la puerta del café.- Respondió Martin
-Ah sí, lo conozco. Les daré un consejo. Procuren llegar
antes de la hora, ese autobús suele adelantarse.
-Gracias por el
consejo John, estaremos pronto, y nos tomaremos algo para hacer tiempo.
-Adiós Martin
-Adiós querido amigo
-Señorita Nai…
-Adiós Sr. Smitz. Despídame de su esposa.
-Descuide… lo haré.
Martin y Nai salieron del despacho y Smitz cerró la puerta.
Emilio volvió a
sentarse en su sillón, de nuevo cabizbajo y pensativo. Al rato dijo.
-Lo que me pide es
que me salte las normas.
-Lo sé. Pero no es
ilegal, ni tampoco un delito. Además es por el bien de este pueblo
-Y sabe que no
servirá para nada ¿no? Solo retrasara el proceso. Eso es todo.
-Sí, pero ganaremos
tiempo y al menos lo habremos intentado.
Entonces el alcalde Emilio, se levantó de su sillón, cogió
los escritos que estaban sobre su mesa, las junto en una, las alzo y las partió
por la mitad.
Repitió este proceso en varias veces hasta dejar aquellas
renuncias reducidas a diminutos trozos de papel que finalmente tiró a la papelera.
Después se sentó de
nuevo y miro al señor Smitz.
-¿Sabe? Le veo ahí de
pié, tan tranquilo. Como si tuviera todo controlado.
-Oh, no se deje
influir por mi carácter británico, querido amigo. En el fondo estoy tan
preocupado como usted.
-Ya... Pero…
-¿Pero...?
-Soy alcalde de este
pueblo desde hace algunos años. Puede que se me escapen algunas cosas de las
que aquí ocurren. Pero si hay algo que sé a ciencia cierta es una cosa.
-¿Cuál? –preguntó
Smitz divertido.
-Que el autobús de la
18:00 jamás se ha adelantado. Todo lo contrario, suele retrasarse y bastante me
atrevo a decir.
A Smitz se le dibujó
una sonrisa ante las palabras de su amigo, quien continuó diciendo.
-Le conozco bien
Smitz. Y me atrevería a decir que usted sabe algo más de toda esta historia que
el resto desconocemos ¿Me equivoco?
-Ja ja ja... sí, algo de eso hay.- Respondió Smitz
acercándose a la mesa - Pero eso ya no importa querido amigo. Nosotros ya no
podemos hacer nada. Ahora solo nos queda confiar en el buen corazón de la gente
de este pueblo.
Entonces Emilio, desde su sillón alzó la cabeza, miró
fijamente a Smitz y con gesto de preocupación preguntó
-¿Incluido en el de
Eugenia?
A lo que Smitz afirmó.
-Sobre todo en el de
Eugenia, querido amigo, sobre todo… en el de Eugenia.