LAGO - JARDÍN Capitulo 6

LA CENA

(segunda parte)

Los seis comensales compartieron mesa. La insistencia de Marhuenda en sentarse junto a Martin rompió el protocolo en lo que a la colocación de los invitados se refiere; él y la señora Smitz presidían la mesa por ambos extremos, Martin y Marhuenda se sentaron uno junto al otro quedando frente a ellos la señora Esperanza, esposa de Marhuenda, y Nai respectivamente. Al joven doctor no le importo que el banquero se sentara a su costado a pesar que, de no haber sido así, Nai estaría a su lado. Pero no le incomodó, incluso lo prefirió, ya que de esta forma bastaba con que ambos alzaran un poco la vista para que sus miradas se cruzaran.

Y esactamente eso fue lo que sucedió repetidas veces durante la velada, en algunos momentos de forma casual, pero la mayoría de las veces sus ojos se buscaban furtivamente, hasta encontrarse en la mirada del otro.


Durante la cena no se hablo ni de política ni de medicina. Las discrepancias sobre las diferentes formas de ver las cosas ya habían quedado zanjadas; tampoco eran temas apropiados para discutir en la mesa y menos delante de las damas.



Así pues, la conversación versó sobre temas triviales, se habló un poco sobre la historia del pueblo y se comentó algún chisme sobre sus habitantes. La curiosidad que despertaban los nuevos vecinos hizo que la atención de los comensales estuviese centrada en ellos. A la maestra se le preguntó sobre su estancia en la ciudad cuando vivía con su tía y el doctor Martin tuvo que solventar pequeñas dudas sobre algunos remedios de curación casera que le plantearon las señoras.

El interés de los Smitz y los Marhuenda saltaba de uno a otro de sus invitados. Cuando la pregunta concernía a uno de los dos, el otro respiraba aliviado y le lanzaba una mirada a su compañero como queriendo decir de forma casi cómica...”te toca”.



Al terminar la cena los invitados se dispusieron a marchar, y el señor y la señora Smitz, como buenos anfitriones, los acompañaron hasta la puerta para despedirse de ellos. Marhuenda, aun impresionado por el carácter de su nuevo amigo, el Doctor Martin, le dijo adiós con un gran abrazo.



Martin y Nai también se despidieron de sus anfitriones no sin antes agradecerles la invitación. El hecho de que Martin fuera vecino de Nai daba por supuesto, sin necesidad de palabras, que ambos irían juntos hasta sus respectivas casas dando un paseo, ya que no estaban lejos.



Al principio Nai y Martin no sabían que decir, ni de qué hablar. Era la primera vez que se encontraban en esa situación, y finalmente utilizaron la hospitalidad y amabilidad que los señores Smitz habían tenido con ellos para romper el hielo e iniciar la conversación.



- Parecen buenas personas los Smitz ¿verdad? – comenzó diciendo el joven doctor.

- Si, y muy amables y también se les ve muy distinguidos. Ha sido una velada muy agradable – respondió tímidamente Nai –

- Cierto, y creo que les hemos gustado – continuó Martín –

-Yo también lo creo - dijo la maestra.

Nai no entendía porque casi no le salía la voz, hablaba tan bajito que ni ella se escuchaba claramente.



A mitad de camino Martin se detuvo y se agacho ante la sorpresa de Nai.

-Qué hace ¿Martin? - pregunto Nai que no se percató de que la razón por la que Martin había adquirido semejante postura no era otra sino la de recoger una hermosa flor de un jardín con intención de regalársela.

-Mire, que bonita Nai ¿le gusta? – dijo Martin ofreciéndosela.

-Ohh, es preciosa, ¡qué bonita! – respondió la muchacha sorprendida mientras notaba como sus mejillas se sonrojaban -

Nai la cogió en su mano, la olió, y después de esbozar una sonrisa, busco un lugar entre su cabello donde colocarla. Pero estaba tan nerviosa ante aquella extraña situación que no atinaba a encontrar un hueco en su pelo donde ubicarla.

Martín se dio cuenta de la turbación de la muchacha, y antes de que se pusiera más nerviosa decidió intervenir.

-Espere, déjeme a mí.

Martín tomó la flor de entre sus manos, se acerco a su cabello y con gran habilidad se la coloco en el pelo. Se acercó tanto a Nai, que su mejilla casi rozaba la de ella. A ambos se les aceleró el pulso. Martin por un momento, y por un impulso casi incontrolable, pensó en besarla.



Nai, mientras tanto, pensó en lo cerca que estaba de ella, podía sentir su respiración en su mejilla, y por un momento contemplo la posibilidad de que Martin se decidiera a besarla. Y de haber sucedido así, no hubiera sabido cómo reaccionar ya que no encontraba en sus sentimientos razones para aceptar ese beso, pero muchas menos para rechazarlo.

Martin no besó aquella noche a Nai. Deseó hacerlo tanto como ella deseaba recibirlo, aunque no se diera cuenta. Pero no sucedió.



A partir de ese momento el paseo fue algo más frío, pues ambos iban un tanto ensimismados recordando aquel mágico momento que acababan de vivir. De vez en cuando, en el silencio de la noche, se miraban y sonreían como entendiendo que eran cómplices de lo que estaba pasando entre ellos.

Finalmente llegaron a la puerta de la casa de Nai, donde se despidieron con unas breves palabras, aunque cada uno en su interior no lo deseara.

-Buenoo, final del paseo. Nai, ha sido un placer poder conocerla un poco mejor.

-Gracias Martin. Lo mismo digo.

-Espero verla mañana, ¿de acuerdo?

-Si, claro. Seguro.

-Buenas noches Nai

-Buenas noches Martin.



Martin llego a su casa con gesto serio pero con una cierta satisfacción interna. Se sentó en su sillón y se ayudo de un libro para intentar evadirse de sus pensamientos. Había sido una noche intensa. Primero se había enfrentado a tres personalidades aun desconocidas para el que le habían preparado una encerrona de la que supo salir airoso. Después compartió una cena con personas distinguidas que le bombardearon a preguntas y donde tenia que mantener las formas a pesar de tener enfrente a la mujer de sus sueños. Y finalmente lo más difícil de todo, compartir un paseo bajo la luz de la luna con ella.



Estaba cansado, no quería pensar mas en si debía o no haberla besado. Seguro que ese libro le haría olvidarse de todo. Pero no pudo leer. Le fue imposible. Pues aunque sus ojos veían letras, a su mente, solo llegaba una imagen; El rostro de Nai .

Nai se metió en la cama, sin embargo no podía dormir, el rostro de Martín tan cerca de ella le venía una y otra vez a la mente, y de nuevo se le erizaba la piel cuando recordaba sus dedos rozándole la mejilla en ese gesto de colocarle la flor en el pelo.

Se levantó y se dirigió al salón, allí estaba aquella bonita flor. Puso un disco en el gramófono y se sentó un rato en el sofá con la flor en la mano. La música sonaba mientras su cabeza no paraba de pensar en el.



- Martin… Martín… el doctor Martín… tan amable, tan simpático, sí, pero… ¿ quién es? Apenas llevo unos pocos días en el pueblo, ni siquiera conozco a todos los vecinos.¿Quién ese doctor Martin? ¿Por qué desde que apareció mis sentimientos me traicionan? ¿Por qué he no podía apartar mi mirada de la de él durante la cena? ¿porqué he deseado tanto ese beso? ¿Qué me está pasando?

Estas y muchas preguntas más bombardeaban su cabeza hasta que, en un instante, las preguntas cesaron, Nai comprendió, y sonrió al darse cuenda de que lo que sentía por Martin era amor, y que ese amor, sin duda era reciproco. Nunca había estado enamorada, el único amor que conocía era el que le tenia a sus alumnos y a su escuela. Ahora, sentir todas aquellas sensaciones en el corazón era nuevo para ella y le gustaba, le gustaba notar aquel cosquilleo, le gustaba, y por eso sonreía.

Nai estaba enamorada.